domingo, febrero 15, 2009

EXCESOS INOCENTES

Si la moderación es constante, rigurosa e inflexible, ¿no es excesiva? Y si es exceso la moderación, ¿no sería entonces moderación el exceso que la interrumpe? O tal vez sólo estoy tratando de justificar mi exceso del viernes, que lo fue consciente, aceptado y querido. No me emborraché, no trasnoché ni me drogué ni me di a vicios. Jugué al fútbol.
- ¿Y eso es exceso?
- Dos partidos.
- Ah.
Y cuando digo fútbol digo fútbol sala, y cuando digo jugué digo de portero, que es de lo que juego. Los excesos se pagan, claro, y así me he pasado el sábado, molido de cuerpo entero, y sin embargo sin sufrir, pues disfruté tanto los partidos que el propio cansancio me resultó, de una extraña y masoquista forma, placentero.
El caso es que estoy en racha y quería aprovecharla. Ya el viernes anterior hice un buen partido y el primero de esta tarde también lo fue. Ningún anal de la historia del deporte escolar habrá de recogerlos, pero en mi historia reciente sentí una recuperación de sensaciones perdidas, pero más conscientes. ¿Que cómo paré? Ni yo mismo lo sé, pues las intervenciones no son premeditadas ni diseñadas, pero sé que me sentí habitando el cuerpo y dominando mi espacio, lo que agradeció la portería. Mi voluntad guió mis reflejos en los disparos a puerta, me animó a salir seguro en los balones altos de los córneres que suelo esperar atrincherado en la línea, y me hizo preciso y oportuno en las salidas a los contraataques, para desesperación de los contrarios, que una y otra vez se estrellaban contra mí en sus intentos de hacer gol. Alguno marcaron, por supuesto, pero eso no enturbia en absoluto la seguridad propia de haber hecho las cosas bien.
Por eso, al acabar, y al ver que los equipos que iban a sucedernos en el campo, cortos de efectivos y sin portero, lanzaban al aire una petición de socorro en forma de invitación a jugar en sus filas, mi satisfacción se sintió insatisfecha y se tentó. Fue una tentación que no podría comparar con nada, pues ni siquiera soy goloso que después de un pastelito quiera otro: con un poco de chocolate, ya estoy harto. La temperatura, aun de invierno, era agradable, y yo me hice pequeño y me repetí a mí mismo en esas tardes de verano de mi infancia en las que todo mi mundo era un balón y jugar al fútbol hasta que se hiciera de noche, y las chicas mayores de la pandilla de mi hermano me llamaban "pagtito", porque siempre andaba buscando gente con quien jugar, con el único gesto de enseñar un balón y preguntar "¿partido?" con una erre mal pronunciada.
Sabía que no debía, que no estoy acostumbrado a tanto exceso físico, que me iba a cansar demasiado, pero... ¡cómo me apetecía! Y como, al fin y al cabo, no tenía compromiso alguno con el absurdo día de san Valentín, al día siguiente, dije "Me quedo".
También hice buen partido este segundo, si se lo preguntan, pero ayer, no podía doblar la espalda más de treinta grados ni avanzar las piernas mucho más, de modo que hice mis recados despacito, que tampoco es mala cosa.
Está bien, vale, no me miren con esa cara. No lo volveré a hacer.

viernes, febrero 13, 2009

INVENTARIO DE AUSENCIAS

Propongan un asunto sobre el que desean informarse, un nombre propio del que quieran descubrir detalles biográficos, un vocablo sobre cuya ortografía o significado exacto haya surgido una duda. Ahí está internet para desvelar todos los secretos, para poner a su disposición todo cuanto el ingenio y el conocimiento humanos hayan podido crear y alcanzar. Todo está en internet.

¿Todo?
¡Pues no! En mis últimas semanas de silencio he podido encontrar sin dificultad dos ausencias en la red. De hecho, ellas son en parte responsables de mi silencio, pues he tenido dos ideas para escribir entradas documentadas y no he podido hacerlo por no encontrar mis referencias. Una de ellas me ha frustrado especialmente, porque iba a ser mi primer vídeo chispas. Sí, amigos, por vez primera, y tal vez no última, iba a poner un vídeo en mi literario y poco ilustrado blog.

Pero no me resigno: he movido unos hilos para conseguirlo y es probable que en breve y gracias a una amiga y compañera puedan ver una entrada que incluya un triángulo isósceles con el vértice a la derecha y la instrucción “play”. El tema no lo adelanto.

En cuanto a la otra entrada, sólo pretendía incluir unas imágenes estáticas de una tira cómica para ilustrar la primera entrada de una serie que he ideado escribir bajo el título genérico “El humor de mi vida”, y en la que quisiera rendir homenaje a determinados autores y obras que han alimentado mi necesidad vital de humor, presente desde mi más tierna infancia, y que por alguna circunstancia, propia o ajena, por alguna asociación mental o emocional, pienso que han tenido alguna relevancia en mi vida.
El por el momento frustrado primer protagonista iba a ser un personaje que nunca alcanzó una gran trascendencia, pero que seguramente fue mi más temprano descubrimiento humorístico, mi “primer humor”, si se me permite el juego de palabras. Se trata de Cándido, un gracioso monigote flaco, narigudo y pelón que protagonizó unas tiras cómicas mudas en la página de pasatiempos del ABC durante más de treinta años, hasta la muerte de su dibujante, Mena . No digo mucho más de él, para no repetirme cuando escriba su entrada.
Lo he buscado en internet y no lo he hallado. La única referencia al Cándido de Mena a quien quería, por un momento, en mi modesta columnita, rescatar del olvido, la encontré en el sentido texto que un conocido del autor le dedicó en su día como obituario. Y digo yo: ¿cómo es posible que habiéndose publicado una tira diaria durante varias décadas (ni siquiera he encontrado el dato exacto) en un periódico de difusión nacional, no haya en internet ni una sola tira cómica de Cándido?

Aprovecho para lanzar dos retos a mis lectores, si los hubiera y los quisiesen recoger. Uno, que, si pueden encontrar alguna, antigua ya en cualquier caso, tira cómica de Cándido, me digan dónde está o la cuelguen en la red y me pasen el link. Quedo agradecido. Y dos, que por su parte se sumen a mí en esta iniciativa de hacer “inventario de ausencias” en internet. Puede ser divertido descubrir entre todos lo que la red ignora. Aunque, claro, por el mero hecho de comentarlo en un blog, ya no lo ignore tanto. Ahí dejo la paradoja.